(Mikage, 1860 – 1938) Maestro de artes marciales japonés que fue el fundador del judo, y única persona en el mundo con el título de sensei (‘maestro’). Miembro de una familia acomodada de altos funcionarios imperiales, fue un chico de aspecto débil y enfermizo, tercero de cinco hermanos.
En 1881, a los dieciocho años de edad, se matriculó en la Facultad de Ciencias Políticas en la Universidad de Kioto. El viaje a la capital, donde las artes marciales se hallaban en su apogeo en la segunda mitad del siglo XIX, había sido un momento largamente esperado por Kano, quien poco antes había comenzado el estudio del jujutsu (técnicas de combate encaminadas a vencer al contrincante con un mínimo de fuerza), obsesionado como estaba por aprender ciertas técnicas defensivas que le permitieran paliar su fragilidad física. Se inscribió en la escuela de Ryuji Katagiri, quien pensó que Jigoro era demasiado joven para practicar en serio, así que el joven se puso bajo la tutela de Fukuda Hachinosuke, cuyo método de enseñanza permitía a los alumnos desarrollar en cierta manera su propio estilo, ejercicios libres con varios movimientos (lo que se denomina randori).
Cuando en 1879 el maestro murió repentinamente de una grave enfermedad, el joven de diecinueve años se convirtió en discípulo de Iso Masachi, en cuyo dojo permaneció por espacio de dos años practicando el jujutsu con tal dedicación que su maestro le hizo ayudante suyo y Kano empezó a impartir clases. Sin embargo, no estaba del todo satisfecho porque en su fuero interno sentía que debía continuar su aprendizaje antes de seguir con la docencia. Conoció entonces a Iikudo Tsunetoshi, maestro de la escuela Kito-ryu, y empezó a entrenar en su dojo.
Le daba vueltas en la cabeza la idea de introducir ciertas reformas en el jujutsu, porque era evidente que su delgadez le dejaba en desventaja frente a un contrincante más corpulento, así que empezó a trabajar en técnicas que requirieran un mínimo esfuerzo. Desarrolló la manera de arrojar a su oponente al suelo con sólo un giro alrededor de los hombros, una técnica a la que dio el nombre de kata-guruma, y que pronto fue seguida de otras muchas, basadas en que había que desequilibrar al contrario para poder proyectarle luego con facilidad, mediante un giro de la cadera o de los hombros. No creó un nuevo sistema de jujutsu, simplemente aplicó una serie de principios científicos y eliminó aquellas técnicas que le parecieron lesivas o peligrosas, todo lo cual le llevó a disciplinar no sólo el cuerpo, sino también el espíritu.
En 1882, con tan sólo veintidós años de edad, fundó su primer dojo (en la actualidad, ‘lugar de entrenamiento para las artes marciales’, pero antiguamente se denominaba así la sala de meditación de los recintos sagrados) en el templo budista de Eisho-ji de Tokio con la ayuda de sus propios alumnos, a quienes otorgó los primeros cinturones negros. Su antiguo maestro, Iikubo, pasaba dos o tres veces a la semana por el Kodokan (como llamó a su escuela) para impartir sus enseñanzas a los discípulos de Jigoro. Un año antes, en 1881, había obtenido su graduación en la Universidad Imperial de Tokio, y empezó a dar clases de literatura en la escuela Gakushuin, una exclusiva institución para los hijos de la alta sociedad japonesa. Simultaneaba su instrucción en el dojo con su trabajo en el colegio y la preparación de sus clases; en realidad, aplicaba las mismas técnicas pedagógicas con sus alumnos, tanto en el dojo como en el aula, basadas en una severa disciplina, no exenta de generosidad (se dice que ofrecía ropas y comida a sus discípulos pobres). Sin embargo, los continuados entrenamientos en el templo acabaron por deteriorar el suelo y las imágenes sagradas, así que los monjes le conminaron a abandonar el lugar. Finalmente consiguió que le dejaran construir un pequeño dojo en un edificio anexo al templo.
En 1884, pasó a prestar sus servicios en el Ministerio de la Casa Imperial; ese fue el año en que se establecieron finalmente las reglas del Kodokan (literalmente ‘escuela para el estudio de la vía’). Aquel pequeño dojo inicial se había convertido en un gran centro al que acudían japoneses y extranjeros. Jigoro adoptó entonces el que sería el lema del judo: «Sólo a través de la ayuda y de las concesiones mutuas puede un organismo que agrupa a individuos en gran o en pequeño número encontrar su plena armonía y realizar progresos serios», y tomó como emblema la flor del cerezo (sakura). El éxito fue inmediato y, como era previsible, surgió una fuerte rivalidad entre el judo y el jujutsu, que asistía a su declive durante estos últimos años del siglo XIX.
Hacia 1886, Kano cambió de nuevo el emplazamiento de su escuela a la residencia de uno de los personajes más influyentes de la Era Meiji, el barón Yajiro Shianngawa, lo que dio al judo el espaldarazo definitivo sobre el resto de las artes marciales. En agosto de 1891 contrajo matrimonio con Sumako, la hija mayor del sensei Takezoe, en otro tiempo embajador en Corea. Tuvieron nueve hijos, seis hijas y tres hijos, uno de los cuales, Risei, llegó a ser la cabeza del Kodokan y de la Federación de Judo de Japón. Mientras tanto, continuaba su carrera de funcionario, en la que iba ascendiendo progresivamente, así que en 1893 fue nombrado Decano de la Escuela Normal Superior de Tokio. Su mentalidad progresista fue revolucionaria para el sistema educativo japonés, pues abrió las puertas a los estudiantes procedentes de las clases sociales más bajas y forzaba a los que procedían de la aristocracia a realizar tareas humildes para disciplinarlos.
En 1889 hizo uso de su posición oficial para viajar a Europa, donde realizó demostraciones de judo en la ciudad francesa de Marsella. Posteriormente fue enviado en varias ocasiones en misión oficial a China y Europa (1902, 1905 y 1912) para proseguir con sus enseñanzas de judo. Fue el primer japonés miembro del Comité Olímpico Internacional, cargo desde el que asistió a los Juegos Olímpicos de 1912 en Estocolmo, a los de 1932 en Los Angeles y a los de 1936 en Berlín; en 1915, el rey Gustavo de Suecia le impuso la medalla olímpica en recompensa a sus esfuerzos para promover el deporte dentro de un espíritu elevado.
Cinco años más tarde, en 1920, se jubiló para dedicarse por completo a la difusión del judo pero, para entonces, ya contaba miles de adeptos. El Kodokan, situado en Suidobashi, celebró su cincuenta aniversario en 1934 con una impresionante ceremonia a la que asistió el príncipe imperial y otros altos cargos de Japón.
A su muerte, en 1938, dejó una obra escrita, Kodokan, en la que se exponían los fundamentos de su filosofía. En 1962 se construyó en Tokio un nuevo edificio, llamado Budokan, para reemplazar al Kodokan y dar cabida a maestros de otras disciplinas de jujutsu, como el aikido, y dos años después se consiguió que el deporte del judo fuera considerado disciplina olímpica. Las mujeres por su parte, no lo verían incluido en su programa hasta los juegos de Seúl.